19 de agosto de 2016

Sexo con Amor

Hace nada, mi vida, nuestra vida, era un infierno. Mala onda, caras largas, peleas todos los días. Cualquier cosa, por más pequeña que fuera, terminaba siendo un buen motivo para empezar una discusión, gritar, insultarse, dormir separados o sumergirse en la indiferencia. Eso éramos nosotros, lo contrario a lo que debería ser una pareja.

De a poco nos acostumbramos. Fuimos creyendo que las cosas son así, lo aceptamos, nos resignamos. Sin darnos cuenta, la persona con la que elegimos compartir la vida, se transforma en el ser que más odiamos y al qué más quisiéramos lastimar.

Al salir del trabajo demoraba la vuelta. Dejaba pasar los colectivos o me bajaba varias paradas antes. No quería llegar al calvario. A los reclamos y reproches que dejaban en claro que nada alcanzaba y la felicidad era imposible.

Una vez fuimos a tomar mate a una plaza que a Gaby le gustaba. Pasto por todas partes, arboles, pájaros y hasta una fuente. La plaza era hermosa, lo acepto. Por eso al principio entendí las comparaciones con la de casa, que es puro cemento. Pero bueno, ahí estábamos, ¡disfrutemos el momento! No, dale que dale con los comentarios negativos. Para variar, todo un desastre.

Nunca pensé en separarnos, me sentía condenado, preso de la situación. Con el tiempo naturalice la infelicidad y aprendí a vivir así.

Y un día, las cosas empezaron a cambiar. No sé que, ni como, pero algo paso. Nuestra relación dejó de caer por un pozo oscuro. Un mimo, un gesto, una palabra. Los comentarios transpirados de cinismo, mutaron en caricias. “Qué lindo el color de esa camisa”, “¡Epa! Que miradita la de hoy”. O la simple propuesta de descorchar un vino, pedir helado y quedarnos viendo series.


Donde más se noto el cambio fue en el sexo. Hasta ese momento funcionábamos como electrodomésticos. Pero ahora jugábamos. Placer propio, ajeno y mutuo. Profundo. Físico. Me pasaba el día extrañando su perfume, el sabor amargo, agrio, al lamerla. El frío de su piercing rozándome los pezones.
De nuevo amantes, habíamos renovado la pasión.

Hoy planifique salir temprano del trabajo para comprarle una caja con regalos, llegar a casa, y dejársela mientras estuviera en el gimnasio. Eso hice.
Cuando abría la cama para dejar la caja, escuché el ruido de una llave. Era ella, si me encontraba, ¡chau sorpresa! Puse la caja debajo de la cama y me metí en el placard.

Desde mi escondite, la vi entrar en la habitación. Estaba divina. El pelo recogido, remera ajustada y calzas brillantes. ¡Pocas mujeres tienen la cola tan linda! Agarro una bombacha del piso y la tiró en el canasto del rincón. Bajó la persiana y salió. Uf, ¡por suerte no me descubrió!
Ruidos de nuevo… viene otra vez…

No pude reaccionar, me quede congelado mirando la escena. Ahora tenía el pelo suelto y sin remera. El hombre que la acompañaba, también desnudo de la cintura para arriba, se saco los pantalones como pudo mientras Gaby lo arrastraba a la cama, que crujió cuando cayeron uno encima del otro.

Le bajó el slip con los pies y lo sentó en el colchón. El se quedó quieto. No me hizo falta ver la mano de ella, con la sonrisa me alcanzó para saber lo que hacía. Cerró los ojos y siguió la caricia con el piercing.
Yo seguía ahí, incrédulo. Apoye la mano en la puerta del placard pero me frené, y así quedé.

Gaby gateó hasta el cajón de la mesa de luz, sacó uno de nuestros forros y, sin darse vuelta, se lo tiró, “¡Dale! ¡Cógeme! ¡Dale! ¡Dale!”.


Retorcían las sabanas de placer. Yo escuchaba los gemidos, sus respiraciones mezclarse con la mía. El olor a humedad y zapatos viejos me mareaba, pensé que iba a desmayarme. Cuando montados le mordió el cuello, no aguanté mas y me concentre en mirar la caja debajo de la cama. Al rato, casi en llanto, le pidió que le acabe en la espalda. El obedeció y ella chilló de placer. Cayeron aplastados. Pegoteados. Exhaustos.

Mientras se vestían, Gaby arregló las sábanas. Salieron de la habitación y cerraron la puerta del departamento. En mi mente los veía disfrutar de los regalos de la caja. El sqweel, las bolas chinas, las esposas…lamerlos. Me distraje con unas palomas en la ventana que se perseguían, frenaban y de nuevo se perseguían. Acabe y me limpié la pija con una camisa que estaba colgada al lado.